Basta ascender a la cima de cualquier montaña para entablar una discusión cordial con Dios. Una amputación de un pie puede ser una fortuna o una desgracia. Los que oyen la voz de los cráneos son decapitados por conversar con los muertos. No han llegado los tigres a Los Silos y hay que aplicar ritos de prevención antes de que sea demasiado tarde. Todo es un cuento, hasta este artículo periodístico o lo que sea es otro cuento más que contará la historia de un divertido narrador que saltaba continuamente de una historia a otra… Estas son algunas de las lecciones filosóficas que pudo extraer el público que asistió al espectáculo El árbol de los deseos del narrador francés Pépito Mateo.
El artista comenzó con la historia de un sultán que quiso plantar el árbol de los deseos, pero sus palabras derivaron hacia la historia de una pareja ideal de ladrones, de un señor condenado a muerte y después hacia tantas otras ficciones hilarantes y absurdas. Todo un entramado de cuentos que desató en muchas ocasiones las carcajadas y aplausos del público. Sin duda, una de las funciones más desternillantes de esta XXVI edición del Festival Internacional del Cuento de Los Silos que eligió como temática a la risa.

Su número nos invita a reflexionar acerca de la cantidad de historias que pueden llegar a caber solo en una. Por ejemplo, si cada uno se detiene a repasar su vida, a iniciar una autobiografía, comprenderá que su existencia es un cúmulo de historias de toda índole que se entrelazan hasta el infinito. Además, el narrador francés parece observar la realidad desde la mirada juguetona e imaginativa de un niño dispuesto a asombrarse ante los sucesos más cotidianos y nimios de la existencia. Todo adquiere como un halo de novedad y milagro fantástico tras la actuación del narrador francés.
En un momento del acto, Pépito Matéo aludió, entre una historia y otra, al carácter transgresor del humor. Una visión de la vida que permite desvelar el sinsentido, el disparate y la demencia de los actos que pertenecen a aquello que llamamos (sin detenernos a pensar en exceso) normalidad. La realidad cotidiana se convierte en un fantástico, enigmático e incomprensible delirio que no tiene nada que envidiar a los paisajes de la literatura fantástica de un Tolkien. Los significados de nuestros gestos rutinarios adquieren la mimas épica que las batallas del héroe contra el dragón. Nuestros problemas graves parecen importar un poco menos al dilucidar su divertido componente de irrealidad y exageración.
Este tipo de representaciones no solo nos dejan la risa. También contagian al espectador de esa mirada imaginativa capaz de transformar cualquier insignificancia, como una piedra en un zapato, en una historia. Y capaz de convertir a la vida en un espectáculo un poco más alegre, consciente y llevadero.