Quizá la música es la irrefutable constatación de que somos alma. Un elemento que quizá olvida y hasta desprecia aquel que aún cree que el humano es dueño de su destino, pura materia o verdugo absoluto de su esencia trágica. El alma y sus delirios son el fundamento de toda historia y no sería del todo imprudente afirmar (ya lo hicieron María Zambrano o Carl Gustav Jung) que la libertad consiste en dar a luz un sueño, en resignarse a ser el que se es. Dicho en cristiano: servir al corazón. Entiéndase al corazón como metáfora del alma.
La música es eso. Un rendirse al ritmo de ese órgano musical que llamamos corazón. Oír o descifrar qué es lo que quiere y expresar sus deseos en palabras, quejidos o melodías. Y es que cuando la música parte del sincero y ardiente pulso de la sangre, jamás miente. Solo engaña cuando se adscribe a tontas abstracciones, ideologías, utilidades, conceptos (palabra tan de moda en la factoría artística), cosas muertas…
¿Pero a qué viene esta aburrida y poco original perorata sobre el alma y la música? ¿Para qué estas pretensiones como de filósofo loquito de buhardilla parisina de los años 20? La respuesta es breve y sencilla: el autor de estas líneas ayer contuvo sus lágrimas durante la actuación del grupo Cumbres de Erjos. Llego a estar solo allí y me echo al suelo a rezar, a besar la lluvia, a danzar con la niebla, a llorar por todo el dolor que estraga cada una de las vidas que han nacido para desgastarse como un otoño en la Tierra.
En aquellas voces presentí que había una desgarradora pasión por existir, un contemplar a ese rostro sin ojos de la muerte desde el sentir hondo y contradictorio de un corazón que ama y sufre, que se decepciona e ilusiona, que se quiebra y se recompone.

El milagro, la música y el universo
Después de la caminata por la laurisilva de Erjos de la mano de las instructivas explicaciones del guía Aarón Rodríguez y de los hermosos cuentos recitados por los narradores, aconteció este milagro hecho de voces, timples, guitarras, juventud, vejez… y que toda palabra que figura en este texto traiciona, falsifica y aniquila. Sé que la mejor respuesta sería un silencio como el que dirigen los místicos a su dios o como el de un amante enlutado al amado perdido en las raíces de los cementerios.
Puede que este tipo de experiencias sean las que inspiran vocaciones artísticas o revelan lo esencial de vivir. De repente, el oyente desecha su arsenal de obsesiones e ideas más superfluas y recuperamos el alma, la sentimos adentro como deben sentir las mujeres embarazadas a sus bebés. Las pataditas del alma advirtiéndonos de la existencia de sus pies y manos invisibles. La música que le hace patalear hasta erizarnos la piel como de escalofríos.
Y resulta que en el último espectáculo de aquella visita mágica a Erjos, titulado Estrellas de Erjos, el narrador Ernesto Rodríguez Abad, el cantante Juanma Moreno y el geógrafo Aarón Rodríguez nos contarán cuentos, canciones y teorías científicas sobre el universo y sus estrellas. González, en una de sus últimas intervenciones, relató cómo los seres vivos somos literalmente polvo de estrellas y al escuchar su afirmación pensé que la música no solo debe ser expresión del alma. Quizá solo sea la voz del lejano corazón de las estrellas y quizá el destino humano sea un resignarse a ser parte de los cielos. Quizá ayer (permítanme pecar de excesivo) sentí llorar al silencio del universo en mi pecho.
