Como en cada año de celebración del Festival Internacional del Cuento de Los Silos —y desde hace ya cinco— participo mediante la escritura de un cuento —mi pequeña y humilde aportación— que formará parte del conjunto de actividades que se realizarán durante la celebración de este evento cultural en 2021, en su XXVI edición, y que va dedicado, de manera muy acertada además, a la risa.
Como siempre, quiero decirles que mi único propósito, aparte de sentirme orgullosa por participar en el Festival, es fomentar el que los niños y los no tan niños,adopten el maravilloso hábito de la lectura, que nos hace más inteligentes, más listos, más sabios… Y hace volar nuestra imaginación y descubrir un mundo lleno de fantasías, secretos, misterios, aventuras… En fin, que no hay excusas para no disfrutar leyendo un buen libro.
Mi cuento de este año está dedicado al tema elegido por la organización del Festival en esta ocasión, y que sinceramente creo no podría estar mejor elegido, porque después de todo lo que hemos sufrido con esta pandemia a nivel mundial, que ha paralizado nuestras vidas, nuestras costumbres cotidianas, nuestras tradiciones, fiestas, eventos, etc., que nos ha obligado a aprender a marchas forzadas a vivir de otra manera, manteniendo las distancias entre personas, usando mascarillas y, en fin, teniendo todas las precauciones posibles para no contagiarnos de este virus, y que cuando todo parece estar controlado gracias a la vacunación masiva de la ciudadanía, una nueva tragedia sacude a Canarias, nuestra tierra, con la explosión del volcán Cumbre Vieja en la isla de La Palma. Un volcán que mediante la enorme cantidad de lava vertida ha arrasado con edificaciones, campos de fútbol, iglesia y miles de hectáreas de plataneras y cultivos.
Así que está claro que ,después de todo lo vivido, necesitamos relajarnos, divertirnos y ,en fin, tratar de olvidar por unos días todo lo sucedido.
Creo que la risa sana, cura, alegra, motiva. En resumen, es una auténtica terapia para todos y todas. Así que, como siempre, les animo a vivir y participar en este Festival del Cuento tan nuestro, a escuchar historias, a disfrutar del teatro, y de todas y cada una de las actividades programadas durante el mismo, y sobre todo a reír, a reír mucho, que nos lo tenemos más que merecido.
Por último, deseo que les guste mi cuento de este año y que disfruten tanto con su lectura como yo lo he hecho escribiendo. Muchas gracias.
Mamá, quiero ser payaso
El nacimiento de Nicolás fue sin duda el acontecimiento más feliz en la vida de Daniel y Lucía, el joven matrimonio que con tanta ilusión habían esperado la llegada de su primer hijo.
Como todos los padres y madres, contemplaban embelesados a su niño, un bebé rubito cuyo parecido físico con su madre era más que evidente, y en cuyos brazos dormía plácidamente.
Desde sus primeros días de nacido, Nicolás parecía sonreír a la vida, era un bebé tranquilo y feliz que apenas lloraba.
Y con un mes escaso de vida, ya dedicaba una simpática sonrisa como respuesta a los mimos y carantoñas que le hacían sus padres y abuelos.
Nicolás se convirtió así en la alegría de su casa, siempre contento y de buen humor, y progresando sin problemas en cada etapa de su crecimiento.
Cuando empezó Primaria en el colegio, con seis años, su innata alegría contagiaba a sus compañeros, que reían divertidos/as con las bromas, los chistes y las historias que les contaba Nico, como le llamaban todos/as. Durante toda esta etapa escolar, el pequeño iba superando los cursos con normalidad, aunque no le gustaba especialmente estudiar.
Cuando llegó el último curso de esta etapa, lo celebrarían con una función escolar sobre el circo, y a nuestro Nico le tocó hacer de payaso. No podía estar más contento, iba a interpretar uno de sus personajes favoritos.
Cuando llegó a casa, contó a sus padres lo del festival escolar y el papel que le tocaría interpretar. Estaba súper feliz.
Daniel, el padre de Nicolás, era un prestigioso arquitecto, al igual que lo había sido su padre, D. Cristóbal. Por eso, en cuanto supo que su hijo sería varón, dio por hecho que estudiaría arquitectura, continuando así la saga familiar.
No pensó que su hijo tendría personalidad propia y que quizás no desease dedicarse a esa profesión. Eso no lo había tenido en cuenta, ni siquiera como una remota posibilidad.
Daniel se sentía ya orgulloso padre de un hijo arquitecto, y hasta le visualizaba instalado en su despacho y con un letrero en la puerta que ponía: Daniel Fernández – Arquitecto Técnico.
Así que nunca podría siquiera imaginar que su hijo no iba a seguir precisamente sus pasos.
La vida transcurría con toda normalidad en la familia Fernández. Daniel, ocupadísimo con sus proyectos, siempre rodeado de planos y maquetas de futuros edificios; en fin, volcado en su profesión de vocación. Lucía, la madre de familia, aunque era administrativa, dejó aparcado temporalmente su trabajo, de común acuerdo con su marido, para dedicarse al cuidado de su hijo. Su idea era retomarla en cuanto Nico fuese mayor y ya no la necesitara tanto.
El pequeño Nico continuaba con sus clases de Primaria y aunque no era un alumno especialmente aplicado, sí que aprobaba las asignaturas sin mucha dificultad, y su comportamiento era muy bueno, con lo cual daba a sus padres pocos quebraderos de cabeza. Por supuesto, seguía desarrollando su capacidad innata de hacer reír y transmitir su natural alegría a los demás. Siempre dispuesto a contar un chiste, hacer un truco divertido de magia e inventar mil historias que provocaban las carcajadas de compañeros/as y amigos/as.
Cuando empezó la Secundaria, ya tuvo que centrarse más en sus estudios, puesto que lógicamente las materias ya eran más complicadas. A sus 12 años, Nico era un jovencito responsable que cumplía con sus obligaciones escolares, aunque estudiar no le gustaba demasiado, pero entendía que tener una buena educación y formación serían vitales, eligiese la profesión que en su momento decidiera.
Lo que sí tenía clarísimo era que estudiar la carrera de arquitectura no era lo suyo, lo supo prácticamente desde muy niño. No le gustaba la idea de pasarse la vida entre planos, proyectos y construcciones. Aquello no era lo que él deseaba para su futuro. Por eso, cuando su padre sacaba la conversación sobre este tema, Nicolás siempre respondía con evasivas, o callaba. No quería desilusionarle y prefería que él siguiera pensando que iba a haber otro arquitecto en la familia. Llegado el momento, ya le plantearía que no iba a estudiar esa carrera.
Por supuesto, Nicolás, durante la etapa de Secundaria, seguía compaginando sus estudios con su afición favorita, que no era otra que la de hacer reír a los demás. Se apuntaba a todas las funciones escolares, y siempre actuaba con algún número de magia, un monólogo divertido, unos chistes, en fin provocando las carcajadas de su “público”.
En el festival escolar de fin de este ciclo, a Nico le tocó hacer de presentador. Él estaba encantado y lo hizo a su manera, llevándolo a su terreno. Era ya un adolescente de 15 años y tenía una soltura increíble.
Asistieron, lógicamente, los padres y familiares de todos/as los/as alumnos/as; o sea, que tenía delante a un número considerable de público, pero él se sentía seguro de su capacidad para entretener y transmitir alegría con su natural desparpajo.
Fue una función estupenda y todos/as se lo pasaron muy bien, y entre los padres comentaban que el joven Nicolás tenía mucho futuro en el mundo del “espectáculo”. Aquellos comentarios no le hicieron ninguna gracia al padre, que veía a su hijo un poco “despistado” respecto a su verdadero futuro profesional, según sus expectativas.
Cuando estaban en casa cenando, Daniel aprovechó para sonsacar a Nico.
—Hijo, me alegro que hayas terminado esta etapa y que el próximo curso sea ya para comenzar tu Bachillerato. Estarás contento, ¿verdad?
—Claro, papá.
—Y ya se va acercando el momento de ir a la Universidad.
—Sí—, respondió Nico sin muchas ganas.
—Lucía, cariño, ya queda menos para tener otro arquitecto en la familia—, dijo Daniel a su mujer.
—Todavía falta para eso, así que disfrutemos este momento. Nuestro hijo ha terminado sus estudios de secundaria y hoy ha estado muy bien en la función de final de curso.
—Gracias, mamá. Creo que no lo he hecho mal del todo, verdad?
—Todo lo contrario, te ha salido perfecto señor presentador.
—Ja, ja, ja, rio divertido el joven.
El que no parecía tan contento era el padre. No quería que su hijo se despistase con su afición a la diversión y a los espectáculos.
Pero no se pueden poner puertas al campo, y estaba claro que el joven Nicolás había nacido para hacer que la vida de los demás, sobre todo la de aquellos que por sus circunstancias, eran más vulnerables al desaliento y la tristeza, fuera un poquito más agradable.
Participaba en todo lo que podía: festivales organizados por el instituto, actos benéficos promovidos por su Ayuntamiento, eventos que realizaban sus vecinos/as para recaudar fondos destinados a alguna causa solidaria, en fin, donde hiciera falta poner una nota de humor y alegría, ahí estaba él. Nunca decía que no.
Pero no por ello descuidaba sus estudios, al contrario, había puesto más empeño en esta etapa, quería estar lo mejor preparado posible y tener una buena base, con lo cual sus notas habían mejorado sensiblemente. Esto era lógicamente celebrado por su padre, que interpretaba que el paso de su hijo a la universidad se produciría sin ningún contratiempo.
—Al día siguiente, Nico aprovechó que su padre había salido temprano a trabajar, para hablar con su madre.
—Mamá, tengo que hablar contigo.
—Dime, hijo.
—Es un tema muy serio.
—¿Te pasa algo?
—Me pasa que no voy a ser arquitecto como quiere mi padre.
—Ya me lo imaginaba.
—¿En serio, mamá?
—Pues claro. Soy tu madre y te conozco bien. Y sé que nunca has mostrado ningún interés por la arquitectura.
—Temo que llegue el momento de decírselo a papá. Él cree que yo seré arquitecto siguiendo la tradición familiar.
—Mira, hijo, tú ahora empiezas tu bachillerato, es lo que toca ¿no? Pues tranquilo, sigue con tus estudios y por el momento no le digas nada. Tú tampoco tienes muy claro aún que vas a estudiar. Así que llegado el momento de la Universidad, ya hablarás con él.
—Pero, mamá, es que lo peor no es eso.
—¿Qué quieres decir?
—Que no voy a estudiar una carrera cualquiera, quiero hacer Artes Escénicas. Quiero dedicarme al mundo del espectáculo, a hacer reír a los demás, a hacer felices a quienes lo necesitan, ese es mi sueño. Quiero ser payaso.
—¿Qué dices? ¿Un payaso? Pero Nicolás por Dios. ¿Cómo se te ocurre?
—Siento decepcionarte, mamá, pero eso es lo quiero ser. Dedicar mi vida a hacer más felices a los demás.
—Está bien hijo, de momento esta conversación quedará entre tú y yo. Tú continúa con tus estudios, aún falta tiempo para la universidad y cuando llegue ese momento, ya veremos cómo se lo planteamos a tu padre.
Y así lo hicieron.
El joven empezó a estudiar su Bachillerato y todo seguía su curso con normalidad.
Fue una etapa muy bonita para Nico, igual que para todos/as los/as adolescentes, compaginando estudios con la diversión, las salidas, las fiestas, los primeros amores y las ilusiones lógicas de esa edad.
Por supuesto, seguía con sus actuaciones cuando celebraban algún festival en el instituto, o en aquellas actividades que realizaban en los diferentes colectivos de su ciudad. Él se apuntaba a todo.
Fue una época maravillosa que el joven recordaría siempre. Pero también llegó a su fin. Terminó sus estudios con muy buena nota y no podía estar más contento. Avanzaba sin problemas hacía su futuro.
Y volvió a hablar con su madre, recordando la conversación que habían mantenido dos años atrás. Esta, como cualquier madre, le entendió, le apoyo y animó a seguir adelante y luchar por sus sueños.
Después de la conversación madre-hijo, vendría el momento más difícil de afrontar para Nicolás, y era la temida charla con el padre. Nico sabía perfectamente que éste no iba a aceptar de buen grado su decisión de dedicar su vida a hacer felices a los demás y que el sueño de verle convertido en arquitecto sería sólo eso: un sueño.
Así que esa noche, cuando ya estaban todos en casa, el joven se armó de valor para plantearle a su padre lo que pensaba hacer para su futuro.
Cuando terminaron todos de cenar, Nicolás aprovechó para hablar.
—Papá, tengo que hablar contigo.
—Nico, hijo, dime, pero qué serio te has puesto.
—Es que es un asunto muy serio papá— contestó Nicolás con voz grave.
El tiempo había pasado y ya no era un niño. Era un adulto que decidía por sí mismo.
—Papá, lo que voy a decirte no te va a gustar. Pero espero que al final me puedas comprender
—A ver, hijo ¿qué es lo que pasa?
—Pasa que no voy a estudiar arquitectura. Sé que tú tenías esos planes para mí, desde siempre, y siento no poder cumplirlos.
—¿Qué me estás diciendo? ¿Qué no vas a ser arquitecto? ¿No te sientes orgulloso de mí y de tu abuelo?
—Sí, papá, por supuesto que sí, pero sobre todo me siento orgulloso de que seas mi padre. Aunque hubieses tenido cualquier otra profesión.
—La verdad es que no sé como encajar esto, yo estaba seguro de que tú ibas a seguir mis pasos— dijo Daniel con evidente cara de decepción
—Lo siendo mucho, papá. Ese era tu sueño, pero nunca fue el mío.
—Está bien, tendré que aceptarlo, no tengo otra opción. No me lo puedo creer.
Ahora venía el siguiente paso, el peor de todos.
—Y entonces ¿qué carrera piensas estudiar?
—Papá, esto que te voy a contar tampoco va a ser de tu agrado, ya te lo aviso.
—¿Más sorpresas, hijo? Me estás asustando
—No pretendo eso, papá, y siendo de veras decepcionarte, pero voy a estudiar Artes Escénicas.
—¿Quééééééé? ¿Quieres ser actor?
—No exactamente, quiero ser PAYASO.
—¿Te has vuelto loco? Daniel no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Se dirigió a su mujer con los ojos. abiertos como platos
—¿Tú sabías algo de este disparate?— preguntó un estupefacto Daniel a su mujer.
—Daniel, cálmate. A mí me lo comentó Nico y me pidió que no te dijese nada, que quería ser él mismo quien te comunicase su decisión. Yo, al principio, también me quedé impactada con la noticia, pero luego entendí que nuestro hijo desde que era muy pequeño siempre fue divertido y alegre, y lo que más le entusiasmaba era hacer reír a todos.
—¡Hacer reír! Bonita profesión. Un payaso en la familia. Mi hijo, mi único hijo quiere ser un payaso. ¿Es que nos estamos volviendo locos en esta familia?
—Papá intenta tranquilizarte y escúchame— dijo un Nico más seguro de sí mismo que nunca—. Tú decidiste ser arquitecto libremente, porque te gustaba, era tu sueño, nadie te obligó a serlo, por eso eres feliz con tus proyectos y eres bueno en tu profesión, porque amas lo que haces. Y estoy feliz por ti. Pero ese no es mi sueño, no me gustaría pasarme la vida entre planos, maquetas, proyectos… eso no es para mí, yo no sería feliz haciendo eso, tienes que entenderlo. Creo que ya nací payaso, desde muy pequeño como ha dicho mamá, hacer reír a los demás y que pasaran un rato divertido, era lo que más feliz me hacía a mí. Puede que ahora no me entiendas y te parezca una locura todo esto, pero terminarás comprendiéndome y espero que algún día puedas sentirte tan orgulloso de mí como yo de ti.
—¿Y cómo vas a vivir de eso, hijo? ¿Qué futuro te espera?
—Papá, quiero hacer lo que me hace feliz, y si eso implica que no gane tan buen sueldo como tú, y que tenga que vivir de una manera sencilla, sin lujos, y con lo básico, eso es lo menos importante para mí. Es mi vida, y tengo derecho a vivirla como quiero, haciendo lo que siento, lo que me llena, aunque eso signifique vivir de una forma más modesta.
—Dame tiempo, Nicolás, para aceptar y asumir todo esto. Ahora mismo estoy tan bloqueado que no sé ni qué más puedo decirte.
—Claro que sí, papá, tómate tu tiempo, y créeme que te entiendo y siento mucho decepcionarte.
Pasado ese momento tan tenso y tan difícil de afrontar para padre e hijo, todo continuó con “normalidad”. Nicolás disfrutaba de sus vacaciones, y preparaba al mismo tiempo su ingreso en la Universidad, para cursar sus estudios de artes escénicas. Estaba contento porque su amigo Eduardo también seguía sus pasos, así que podía seguir compartiendo con él estudios y experiencias.
Cuando cenaban en familia, se notaba que el ambiente no era el mismo de siempre, su padre se mostraba indiferente, callado, y esa actitud hacía daño a Nicolás y a su madre, pero eran conscientes de que había que darle tiempo, no era fácil para Daniel aceptar que su hijo iba a ser un artista, o sea, todo lo opuesto a lo que él siempre había soñado.
Aquellas vacaciones eran totalmente diferentes de las anteriores, Nicolás sentía que era un momento crucial en su vida, sabía en lo más profundo de su corazón que había tomado la decisión correcta, pero eso no impedía que también tuviese sus dudas. ¿Sería todo como él había soñado? ¿Le iría bien en esta carrera? ¿Y su futuro? ¿Tendría éxito? En fin, que el joven se debatía entre la alegría por haber decidido lo que de verdad quería hacer en su vida y la inseguridad de poder conseguirlo.
Pero luego, cuando lo hablaba con Eduardo, las dudas se disipaban. Su compañero y amigo era fiel reflejo de lo que él mismo pensaba y sentía.
—Nico, es normal que a veces nos asalten las dudas y las inseguridades, pero ambos sabemos que hemos tomado la decisión correcta. Es nuestra vida, solo vamos a tener una, y sobre todo, hay que dedicarse a lo que a uno le hace feliz, y nosotros desde muy pequeños hemos disfrutado a tope con nuestras payasadas, inventando mil historias, monólogos absurdos, chistes malos jajaja en fin que hacer reír ha sido siempre nuestro leitmotiv, así que créeme amigo, estamos en el camino correcto.
—Eres el mejor, Edu. Bonitos dos estamos hechos. Ja, ja, ja.
Y así, Nicolás se reafirmaba en su decisión. Era su vida y la iba a dedicar a los demás, era lo que siempre había querido, y había llegado el momento de prepararse a conciencia para ello.
Y así fue como Nicolás, con toda la ilusión, los nervios y las ganas de aprender, empezó sus estudios universitarios. Desde luego, fue comprobando que no era tan fácil ni tan divertido como se puede pensar, había una parte teórica que estudiar y una parte práctica que trabajar. Él tenía claro que no quería ser un cómico cualquiera, si había decidido ser un payaso, sería el mejor payaso. Se lo debía a sí mismo, a su madre por confiar en él ciegamente, y sobre todo, a su padre. Su otro sueño importante en la vida era ése sin duda, que su padre se llegase a sentir orgulloso de él.
Así que se empleaba a fondo con las clases, ponía siempre todo su empeño y no le importaba repetir una y otra vez las diferentes escenas, los monólogos, los ejercicios de expresión corporal, la mímica… todas aquellas disciplinas que un buen cómico debe dominar. Una de las cosas que más le motivaban tanto a él como a su amigo Eduardo eran las prácticas que realizaban en los hospitales infantiles y las residencias de mayores. Nada podía ser más bonito ni gratificante que provocar las carcajadas en aquéllos/as niños/as que estaban enfermos/as, y en los abuelos y abuelas que se lo pasaban tan bien con su actuación.
Durante la etapa universitaria, lógicamente se amplió el grupo de amigos, y conoció a compañeros que como él y Eduardo querían dedicarse a hacer reír, a llevar la alegría allí a donde fueran, y junto a ellos formaron un grupo al que llamaron “Payasos Por La Vida”. A partir de ahí, Nicolás, Eduardo, Jorge, David y Miguel, empezaron su trabajo de vocación. Siempre dispuestos para actuar allí donde les llamasen, fueron cogiendo “tablas” y experiencia.
Pasaron los años más intensos y bonitos para aquellos jóvenes que compaginaban estudios y esfuerzo con diversión como es lógico en esta etapa.
Y así se licenció nuestro Nicolás con matrícula de honor en Ciencias Escénicas. Al acto no podían faltar como era de esperar, familiares y amigos. Sus padres y abuelos, emocionados, contemplaban con admiración al joven licenciado. Su padre había ido poco a poco aceptando que su hijo se iba a dedicar al mundo del espectáculo, algo que aunque no le hacía precisamente feliz, había asumido como inevitable.
Al finalizar el acto, los jóvenes tenían preparada una sorpresa para todos/as: una actuación que habían preparado con muchísima ilusión. Durante la misma, quedó demostrado el ingenio y la indiscutible vena artística de los chicos, que provocaron con sus parodias y sketches las carcajadas de todos los asistentes. Al final, fueron ovacionados con un aplauso que parecía no tener fin. Un emocionadísimo Nicolás saludaba una y otra vez al público.
A partir de ahí, ya todo fue trabajo y más trabajo, perfeccionando su técnica y cogiendo cada vez más soltura, los amigos actuaban en muchos lugares diferentes. Aunque su prioridad era actuar ante niños, mayores y personas más vulnerables, también extendieron sus actuaciones a fiestas, eventos, festivales de humor, programas de televisión… en definitiva, a donde les llamasen, allí estaban “Payasos por la Vida” capitaneados por su Director Nicolás Fernández.
Cada vez eran más famosos y más reclamados para actuar en cualquier parte del territorio nacional, no sólo por su profesionalidad y buen hacer, sino por la solidaridad que les caracterizaba, destinando buena parte de su caché a proyectos solidarios.
Nicolás se sentía cada día más feliz y más pleno, dedicando su vida a aquello que realmente le apasionaba. Y sus padres empezaron a ver su trabajo de otra manera. Asistían a alguna de las actuaciones del grupo, y cuando veían a un público entregado, que se lo pasaban en grande con los chicos y su arte en el escenario, empezaron a sentirse orgullosos de su hijo y a “normalizar” la profesión que habían elegido.
Así que las cosas no le podían ir mejor a Nico. Bueno, o sí, siempre pueden ir a mejor. Y les contaré por qué. Un día, en una de sus visitas en casa de sus padres, estaban cenando, y la madre de repente recordó algo.
—Nico, me olvidaba de darte algo, una carta urgente que llegó esta mañana.
—¿Una carta?— preguntó el joven.
—Sí, es esta, toma— le dijo su madre.
Mamá —dijo un sorprendido e incrédulo Nico—, ¿tú has visto de dónde viene esta carta?
—Pues la verdad es que no, hijo. Cuando vino el cartero, estaba atareada en casa y no la miré.
—Mamá, ¡¡¡¡¡NO ME LO PUEDO CREER!!!!!
—¿Qué pasa, hijo?— preguntó ahora su padre.
—Mamá, papá, la carta viene de la Casa Real.
—¿Qué dices, Nicolás? ¿Te has vuelto loco?— dijo su asombrada madre.
—No. Miren bien la carta
Efectivamente, la carta venía de la Casa Real, comunicando la designación de Nicolás Fernández, como fundador y director de la ONG “Payasos Por la Vida”, al Premio Princesa de Asturias de la Concordia, por su labor altruista y solidaria en favor de los más vulnerables.
Nicolás no cabía en sí de emoción y de satisfacción, pero ya no por él y sus compañeros de la fundación, sino por lo que eso significaba: la repercusión que la obtención de ese galardón tendría a nivel general y que dicho premio estaba dotado con una cuantía que podían destinar a sus proyectos solidarios.
Y llegó la gran noche de entrega de los galardones en Asturias. Hasta allí se habían trasladado los miembros de la ONG, así como familiares y amigos/as. En primera fila, los padres de Nicolás no podían estar más orgullosos de su hijo.
Sentado en la zona reservada para los premiados/as, Nicolás no podía creer que estaba allí, que había sido reconocida su labor y que iba a recibir aquel importantísimo premio.
Cuando llegó su turno y oyó su nombre, se levantó de su asiento como flotando, pero pudo mantener el tipo y caminar firme y seguro por el pasillo que le llevaba hasta la tribuna presidida por la princesa Leonor.
La princesa estaba bellísima y le entregó su premio con una gran sonrisa y un amable “enhorabuena”.
Cuando recorrió nuevamente el pasillo hasta su asiento, pudo ver los emocionados rostros de sus padres y sintió que todo había merecido la pena.
Al finalizar el acto, y encontrarse con sus padres, los tres se fundieron en un enorme abrazo y Nicolás pudo escuchar en boca de su padre la frase que jamás pensó que le dedicaría:
—ESTOY MUY ORGULLOSO DE TI, “PAYASO NICO”.
“Y aquí termina la historia
de un payaso divertido,
lucha siempre por tus sueños,
nunca te des por vencido”.
Muchas felicidades, me gusto mucho este corto relato…
Gracias a ti