Ojalá recorrer el mar en bicicleta, vivir con la innegable certeza de que todo el mar del planeta soportará el peso de este flacucho, gordete o fornido cuerpo que pedalea sobre las olas del Atlántico. Pero, por desgracia, usted, lector, bien sabe que este anhelo algo pueril está condenado al fracaso, que nadie posee esa soñada virtud de andar sobre las aguas. Que ninguna de nuestras pobres bicicletas (ni la mayoría de nuestros inventos) podrá evitar el hundirse hasta tocar el fondo oscuro y desconocido del mar.
¿Pero a qué viene esta ambigua perorata con ínfulas de misterio y de baratija poética en esta crónica del segundo día del Festival Internacional del Cuento de Los Silos? La respuesta es simplona: el periodista que redacta estas líneas salió a pasear en bicicleta, por la costa del municipio tinerfeño, junto al narrador brasileño Cadu Cinelli y otras gentes dispuestas a escuchar, como ensimismadas, cada palabra pronunciada por el artista. Y resultó, fruto bendito del azar, que escuchó decir a alguien eso de que ojalá recorrer el mar en bicicleta. Una frase inconsciente, ingenua, pero que parece entrañar un significado más hondo y grave.
Mientras Cinelli relataba sus enigmáticas historias, todo el público pedaleaba con los ojos clavados en el azul eléctrico del mar y disfrutaba de la siempre saludable brisa de la costa. Sin duda, un agradable paseo en bici para iniciar una jornada que nos brindó cuentos infantiles, de terror, de erotismo o de migraciones. Además de presentaciones de novedades literarias, exposiciones, talleres o un encuentro sobre la literatura de un escritor olvidado: Félix Casanova de Ayala.
Una adaptación, en formato libro álbum, de un clásico
El escritor Ernesto Rodríguez Abad, Blanca Villa y el editor de Diego Pun Ediciones, Cayetano Cordovés, conversaron sobre el nuevo libro álbum El lago de los cisnes, una obra ilustrada por el artista mexicano Gabriel Pacheco y con textos del director del Festival del Cuento de Los Silos.
A lo largo de la presentación de esta cuidada adaptación del clásico se dialogó sobre las singularidades de este trabajo y los temas universales que aborda, como el amor o la soledad. Asimismo, este acto sirvió de pretexto para conversar sobre la importancia de la lectura, el mercado editorial o la influencia de las tecnologías en el ámbito de la docencia y la literatura.
«La lectura debe ser un proceso de libertad. Aspira a desatar emociones e ideas en el espectador», apostilló el autor tinerfeño.

La lluvia de la selva
Otro de los eventos destacables de la pasada jornada fue la actuación de la narradora colombiana Amalia Lú Posso Figueroa. Un sugerente número que provocó más de una carcajada y reflexión entre los asistentes, ya que la artista relató la historia de una pintoresca y surrealista familia proveniente de la selva. Un lugar en el que una tal Margarita, la ciega, recibe elogios por su talento para maquillarse (no olviden que es ciega) o una mujer, confundida y feliz, por la capacidad de orientación de sus sensibles pezones.
Un acto plagado de erotismo, sentido del humor y finura.

La hora del lobo
Amalia finalizó su espectáculo alrededor de las diez de la noche. Justo a esa hora comenzó el Arteterror. Una actuación que, más allá de aspirar a asustar, pretendía invitar a filosofar sobre la omnipotencia del mal o el demonio, las limitaciones de nuestro entendimiento o la cara sombría y truculenta de la existencia. «Dice la verdad quien dice sombra», escribió en su día el poeta rumano Paul Celan.
Poniéndonos algo lúgubres y pesimistas: la criatura humana vive y muere a ciegas, sin alcanzar una comprensión absoluta de la locura que segrega a cada instante su cerebro. Pero, a pesar de esta imposibilidad para descifrar el acertijo de la mente y el universo, persiste esa búsqueda de una explicación, de una justificación de toda la crueldad y el misterio que habita en este apasionante mundo.
Siempre acontecerán sucesos inexplicables que nos dejarán boquiabiertos y con la certeza de que no sabemos un carajo, de que uno se engaña cuando cree comprenderlo todo… Pero, en definitiva, uno solo percibe sombras, cachitos insignificantes del sentido oculto y profundo de las cosas. Migajas de un secreto que, entre todos, procuramos adivinar.
En resumen, el espectáculo de terror es un estímulo para la reflexión y me fuerza a imaginar que a veces naufragamos en un mar oscuro, en la noche, sin estrellas, ni luna, ni cielo.
Ahora pienso en la frase con la que inicié el texto. Con ese ojalá poder pisar el mar, poder recorrerlo tranquilamente de un extremo a otro en bicicleta, sin temor a hundirnos. Así no habrían nunca naufragios, ni ahogamientos, ni el presentimiento de un tiburón. Ni siquiera el fondo del mar conocería jamás nuestros miserias y terrores más antiguos.
Tal vez la profundidad del mar es un símbolo de las grandezas y horrores del alma humana.
En fin. Quedémonos con los cuentos, la imaginación y soñemos (por imposible que nos parezca) con una bicicleta dejando una estela, una huella en el mar…